- Acaba con eso Kentucky! – protestaba el Sargento, como siempre, en un tono demasiado alto para la concentración de Cráneo (no recuerdo su nombre) que en ese momento leía atentamente las advertencias impresas en una caja de municiones. Un tipo escalofriantemente raro.
Kentucky volteó hacia mí con una sonrisa cómplice, como si hubiera logrado su objetivo del día. Era el único que podía soportar el tedio del Espacio, mascando tabaco y escupiéndolo siempre en dirección al Sargento, a veces peligrosamente cerca de las enormes botas azules de titanio de su traje.
Su actitud relajada era un tanto exasperarte, pero no dejaba de ser lo único que tenía sentido en este endemoniado agujero en el infierno helado de Marte. Después de todo, le estaban pagando suficiente como para cancelar la hipoteca de la granja de su madre cada día que pasaba no haciendo nada. No parecía un mal negocio para un simple granjero que su única experiencia de combate había sido defender su granja del ataque de unos forajidos, aniquilándolos uno por uno con un hacha, una horquilla, sus manos, sus dientes, y conduciendo una cosechadora sobre los que finalmente huían.
Yo no podía dejar de mirar el pasillo vacío que se extendía al final de la habitación, con esa iluminación lúgubre que caracterizaba todo aquí. Creo que en las dos semanas que llevábamos “custodiando” – por decir que hacíamos algo – este laboratorio, no había podido relajarme ni un segundo. Había algo que simplemente no cuadraba en la situación. Había demasiadas armas en el complejo, y demasiados soldados, como para que lo peor que pudiéramos tener que enfrentar era un científico escuálido con un espontáneo ataque de histeria asesina (que en paz descanse).
- Maldita sea Kentucky! – volvía a gritar el Sargento, justo cuando se produjo el apagón general y comenzó a sonar estridente la alarma. Las mortecinas luces de emergencia del complejo se encendieron y unas sirenas rojas comenzaban a girar, sumergiendo todo en un abismo de destellos que parecían teñir todo de sangre.
Cráneo inmediatamente corrió hacia el armario del fondo y empezó a arrojar el equipo hacia cada uno de nosotros. El Sargento gritaba por la radio, pero sin duda el Comandante debía estar escuchando el eco de sus alaridos por el pasillo.
- Al Casino de Oficiales! – volvía a gritar – Soldados! Carrera Mar! Mar! Mar!
Al llegar al Casino de Oficiales nos dispusimos con Kentucky a ambos lados de la puerta, cubriendo el pasillo con armas en mano. Ninguno estaba todavía tan agitado como para olvidar el estúpido protocolo. Éramos soldados, y no teníamos acceso a esa área.
El Comandante parecía muy perturbado, y le espetaba órdenes al Sargento con gestos impetuosos. Cráneo recorría con el dedo un plano de evacuación en la pared. Esto no podían ser buenas noticias… luego los disparos.
Kentucky se había adentrado unos pasos en el sombrío pasillo y ahora vaciaba el cargador de su pistola mientras se volteaba a gritar mi nombre. Algo venía flotando rápidamente hacia él, como una serpiente voladora más oscura que la propia oscuridad que la rodeaba. El reflejo fue instintivo y la primera ráfaga de mi arma salió escupida en un segundo, desintegrando el rostro de la criatura con cuatro balas de magnesio.
Inmediatamente otra criatura se abalanzó sobre él, como buscando morderle la cara. ¿Otro científico loco? ¿Qué demonios estaba pasando? El grito de Kentucky cuando el lunático le mordió la nariz me volvió a la realidad y sus sesos se desparramaron en la pared con otra ráfaga certera. Kentucky me miraba pasmado. Todavía tenía prendidos en la nariz los dientes del tipo al que le acababa de volar la cabeza.
El Sargento y Cráneo pasaron corriendo a los saltos, ignorándonos como si nada hubiese sucedido. Me acerqué a Kentucky para ver si ese líquido turbio que lo empapaba era su sangre o la de las criaturas. Estaba conmocionado. Ni siquiera pude ver qué fue lo que me atacó.
Desde el piso luchaba frenéticamente con los inmensos dientes corroídos que buscaban hincarse en mi cuello. Luego el monstruo pareció salir volando por el aire hasta estrellarse contra la pared, propulsado por la bota de titanio de Kentucky al grito de “Jueeera cuzcoemier!!!” antes de ser piadosamente rematado de tres tiros.
Corrimos por el pasillo hasta la enorme compuerta naranja que daba al área de Depósito. El Sargento nos recibió a los gritos, diciéndome que fuera a la Barraca a buscar algo con qué vendarme las heridas. Hasta ese momento, ni había notado que la herida que sentía en las costillas me estaba desangrando. Ahora que la veía, comenzaba a arderme terriblemente.
- Listo! – gritó Cráneo cuando logró abrir la compuerta. Aún cuando me alejaba pude darme cuenta que lo que vieron no era bueno para nada. El Sargento les ordenó mantener la posición mientras volvía en busca de más armas al Casino de Oficiales.
Me moví lo más rápido que pude. Separarse de su grupo nunca es buena idea para un soldado. Avanzaba disparándole a las sombras como poseído por el terror. A veces podía escuchar un ser vivo desintegrarse tras mis ráfagas, pero no iba a perder ni un segundo en averiguar de qué se trataba.
Dos minutos y dos cargadores después estaba de vuelta. El Sargento había vuelto cargando un arsenal, y ahora disparaba contra unas criaturas que lo perseguían. La enorme compuerta naranja estaba ahora cerrada, y podía escuchar los gritos de Kentucky del otro lado, maldiciendo y disparando desesperadamente.
- Abre la maldita compuerta! – le gritaba a Cráneo. Pero él permanecía impasible mirando fijamente los controles. Por un segundo dudé si estaría intentando descifrar cómo abrirla, o estaría esperando que finalmente se apagaran los gritos desde el otro lado. Finalmente tocó una combinación de números y escuché despresurizarse el portal.
Kentucky se arrojó de vuelta donde estábamos, luchando con una especie de araña gigante que se había prendido de su brazo. No tardó en aplastarla con el mismo peso de su voluminoso cuerpo y la solidez de su coraza metálica.
El pasillo al frente estaba inundado de formas irreconocibles que se movían hacia nosotros. Unas llamaradas y voleas de plasma los precedían. Abrí fuego contra todo, pero siempre parecía haber más. Estaba listo para avanzar, pero no iba a cruzar esa compuerta hasta asegurarme que Cráneo también lo haría.
- Cuerpo a tierra! – resonó la voz del Sargento por sobre la brutal balacera. Apenas a tiempo atiné a ver las granadas volar por sobre nuestras cabezas y me arrojé al suelo.
Las explosiones me dejaron aturdido no sé por cuanto tiempo. Cuando pude levantar la vista, descubrí una enorme criatura, desintegrándose en el suelo, envuelto en una furiosa hoguera azul, y dejando tras de sí un ensordecedor aullido sobrenatural. Qué demonios era eso?
- Arriba Soldado! – me volvió el Sargento a la realidad, “ayudándome” a incorporarme a las patadas – Arriba! Mar! Mar! Mar!
Avanzábamos disparando ráfaga tras ráfaga; viendo aparecer estos engendros uno tras otro, y despedazándolos como pudiéramos. Kentucky ya no tenía municiones y utilizaba su rifle como un pesado garrote, con efectos tanto o más letales que cuando disparaba con él. Nos acercábamos al Depósito ya no como humanos, sino como mortíferos autómatas de destrucción. Nada parecía sobrevivir a nuestro paso. La sed de sangre, o lo que fuera que recorría los cuerpos de esas bestias, nos embriagaba. Al entrar al Depósito, ya sólo ansiaba ver qué maldito engendro del demonio tendría el placer de volver al noveno infierno a lamerse las heridas de su encuentro conmigo.
Allí estaba. Gigante. Horrible. Detrás de unos contenedores, alzaba sus dos enormes brazos en forma de cañones, rodeados de un campo de rayos azules que hacía saltar una nube de chispas al acercarse al techo metálico. Mi cuerpo se congeló en posición de fuego y hundí el gatillo dispuesto a que fuera lo último que haría en esta vida. Se que algo explotó detrás de mí, y que una motosierra flageló algo casi junto a mi oído. Pero nada importaba. Seguiría disparando certeramente a la cabeza de esa cosa pasara lo que pasara.
Todo un cargador de mi rifle y unos segundos después, el titán infernal se desplomaba con un centenar de orificios de balas de magnesio enriquecido en su cuerpo, aplastando los contenedores bajo su peso colosal.
Todos corrieron hacia la exclusa de evacuación, pero apenas podía avanzar arrastrando los pies. Todavía no entendía qué había pasado.
Un estruendo finalmente me quitó de mi sopor. Las cajas se desplomaban desde el otro extremo del Depósito. Un nuevo demonio cargaba ciegamente hacia mí. Volví a emprender la carrera y logré saltar justo detrás de una pared cuando el engendro intentó atraparme. Una última ráfaga de mi pistola le dejaría las marcas de nuestro encuentro como recuerdo hasta la próxima vez.
Me arrojé dentro de la exclusa de evacuación, que se cerró antes que pudiera volverme a mirar. Cráneo estaba junto a ella con la mano en el interruptor. Del otro lado, Kentucky y el Sargento todavía mantenían sus pistolas en alto.
Saltamos a afirmarnos a los asientos en silencio, mientras la cápsula comenzó a ascender acelerando cada vez más. Habíamos sobrevivido al infierno…